Chávez, América Latina y el cadáver del neoliberalismo

El triunfo electoral de Chávez, el más claro y monitoreado de todos, pero más que esto el discurso político con el cual lo enfrentó Manuel Rosales, testimonian que la agenda político-económica latinoamericana ha cambiado definitivamente y que nadie más puede ganar elecciones proponiendo liberalismo económico.

CARACAS – Hay que ver al pueblo venezolano festejar. En el metro de Caracas un anciano con un gorro con la cara del Che, que le esconde una calvicie negra como el carbón, aprieta el brazo de su mujer. A ella le brillan los ojos mientras cuida a la sobrina, una nenita de 3 o 4 años con una camisita roja, rojo-rojita como diría el presidente. Festejan a Chávez, su Presidente. Van hacia un cerro, un ranchito. Estos años bolivarianos le dieron salud, educación, pero más que nada algo que los excluidos de este país jamás tuvieron: participación, sentirse parte de un proyecto de país, la esperanza de dejar de ser excluidos. Ya no es el calvinista “american dream” del individualismo neoliberal, es ser parte de un proyecto de país solidario.

En América Latina, en apenas siete días, dos veces los candidatos de las derechas (Noboa en Ecuador y Rosales en Venezuela), apoyados por Estados Unidos y por el neocolonialismo español del Grupo Prisa, se pararon a la mitad de los votos de sus adversarios de izquierda, Chávez y Correa.
Es un desastre matemático. En medio siglo, entre dictaduras militares y neoliberalismo, las sociedades latinoamericanas doblaron el número de los excluidos. Estos pasaron de uno a dos terceras partes y hoy ya no creen en la retórica del neoliberalismo fracasado. Nadie sano de mente cree más a la mentira, todavía hoy repetida por eminentes catedráticos en el norte del mundo, por la cual cerrar escuelas y hospitales y reducir las tasas a los ricos sería la mejor manera de ayudar a los pobres. Aún ayer el Fondo Monetario Internacional ordenaba el cierre de escuelas y comedores infantiles. Los gobernantes cumplían; más empresa y menos estado, más precariedad y menos servicios públicos, más privatizaciones y más pobres. ¿Quién no recuerda autócratas como Alberto Fujimori, Carlos Ménem, Carlos Andrés Pérez? Todos fueron elegidos con votos de izquierda –Pérez fue hasta vicepresidente de la Internacional Socialista (sic!)- pero todos, en política económica y no sólo en eso, ninguno se distinguía de Augusto Pinochet, que el infierno no le sea leve.

CAMBIO EN EL LENGUAJE POLÍTICO Los veinte años neoliberales, para permitir los cuales el genocidio de las dictaduras fue propedéutico y necesario, se han terminado. Y han terminado el 3 de diciembre de 2006 con Manuel Rosales. Si hasta entonces la parte izquierda de sistemas políticos bipolares, para ganar se sentía obligada a hablar y operar como la derecha, ahora es esta última la que habla (operar está por ver) intentando imitar un discurso político de izquierda.

Manuel Rosales, el candidato de las derechas derrotado de manera durísima por Hugo Chávez es un perfecto ejemplo de esta postura. Es un golpista del 11 de abril de 2002, uno que se hizo fotografiar junto al efímero dictador Carmona en el palacio de Miraflores. Pero su discurso ha sido depurado de cualquier lema de la derecha económica. Los “spin doctors” enviados de Estados Unidos lo transformaron en un socialdemócrata, un estatalista impresentable en la buena sociedad que se reúne en Davos, Suiza. Los editoriales de los diarios de derechas, del Universal al Nacional, están llenos de afirmaciones paradójicamente piadosas: “es insoportable que Venezuela tenga la tercera parte de la población en condiciones de extrema pobreza”. Lastima que lo descubran hoy y que se olviden que antes de Chávez eran las dos terceras partes del país las que vivían en la pobreza extrema. Hoy son la mitad y son protagonistas  de la democracia participativa que está en la Constitución del país.

Aunque Rosales se presente como un moderno socialdemócrata –que sin embargo es votado por la derecha golpista- la diferencia con Chávez es abismal. Mientras desde abajo el movimiento bolivariano utiliza el estado, y especialmente la empresa petrolífera pública PDVSA, para generar derechos, inclusión y desarrollo, el programa de Rosales prometía de utilizar el estado para crear un sistema clientelar que recuerda lo implantado en los 50 en Nápoles, en Italia, por el alcalde monárquico Achille Lauro. Este regalaba a los lumpen napolitanos el zapato derecho antes de las elecciones y guardaba el izquierdo para entregarlo después de haber triunfado. El punto central del programa social de Rosales, “Mi negra” –ya el nombre suena racista- distribuyó en plena campaña electoral 2.5 millones de tarjetas de crédito –el zapato derecho- a ciudadanos pobres. La tarjeta hubiese sido activada –el zapato izquierdo- después de la elección de Rosales. Esta hubiese otorgado a los pobres el inalienable derecho humano de ser cliente de bancos privados, y hubiese girado directamente en sus bolsillos el dinero que hubiese servido después para pagar los servicios privatizados que hoy con Chávez reciben gratuitamente.

Es necesario mucho cinismo para acusar a Chávez de asistencialismo por dar impulso a la construcción -desde cero o casi- de sistemas sanitarios y escolares públicos. Pero hay que tener mala fé para no darse cuenta del juego sucio y de la transferencia de recursos públicos desde los pobres –que hubiesen sido comprados con la inflativa ilusión de recibir contado- a la empresa privada detrás de iniciativas como “Mi negra”. El cambio de discurso de Rosales, que no ha sido creído y ha sido polvorizado electoralmente por Chávez, testimonia un cambio de época. Chávez, los muchos Chávez de América Latina, los que ya gobiernan y los que aún faltan, empezando por México, no son un meteorito. Y el discurso neoliberal ya no lo compra nadie.