Brecha – Hong Kong, el colonialismo que nunca pasa

Norte y Sur firmaron el más conservador de los acuerdos. Para salvar la agricultura del Sur atropellan cualquier perspectiva de desarrollo en el Sur, perpetuando el sistema colonial.
Cuando Inglaterra hizo su revolución industrial, hace un cuarto de milenio, no necesitó pedir permiso a nadie. En pocas décadas inundó el planeta con sus mercaderías malas y baratas arruinando a los productores artesanales del resto del mundo, que simplemente no podían competir con aquellas máquinas diabólicas. Los primeros dañados fueron los chinos ?véase cómo gira el mundo? que exportaban maravillas de fantástica calidad y, arrasados por la invasión comercial inglesa, vieron sometido a su país a siglos de decadencia.
El acuerdo que se ha cocinado entre Doha 2001, Cancún 2003 y Hong Kong 2005 parece sacado de un manual de la teoría del subdesarrollo del brasileño Theotônio dos Santos. Aunque sin considerar la enorme diferencia entre campesinado y agroindustria, históricamente los productos agrícolas se benefician de la apertura de los mercados. Sin embargo, las ventajas concedidas al agro del Sur en el lejano 2013 no son nada frente los daños estructurales causados en lo inmediato por la invasión masiva de productos industriales y servicios provenientes del Primer Mundo. Éstos ?entre las consecuencias más graves? impiden estructuralmente cualquier política de sustitución de importaciones y condenan una vez más al Sur a un destino de desarrollo desigual.
Cualquier país en vías de desarrollo, incluido en su época Estados Unidos o Prusia, o la Francia de Luis Felipe, tuvo que pasar por una crisis de las necesidades del libre intercambio de su agro para favorecer el crecimiento de sus otros sectores. Lo que se cocinó en Hong Kong es al revés: la estructural perpetuación del destino de mercados periféricos y proveedores de productos de bajo valor agregado de parte del Tercer Mundo. Los países más pujantes, con India y Brasil a la cabeza, soldándose con el Primer Mundo, han sacrificado a los 90 países más pobres. Bombardear el presente para salvar el futuro próximo y renunciar al futuro lejano. Ha sido la peor solución posible.