Brecha – Contratapa – Treinta años sin Franco: la hora de la equidistancia

El debate historiográfico y politológico sobre el franquismo aparece actualmente sesgado por la nueva ideología de la equidistancia, que deja al desnudo la crisis de los valores del antifascismo en la sociedad occidental.

Gennaro Carotenuto*
Antes ?en el siglo XX? todo era más fácil. Si uno defendía la dictadura de Franco era un fascista, y si tenía un juicio negativo de la misma era un antifascista. Dentro de estas dos categorías se reconocían todos o casi todos. La segunda categoría, la democrática, era largamente mayoritaria y representaba un caudal tan amplio como el que va desde los liberales hasta los anarquistas. Por supuesto, en el debate historiográfico las evaluaciones no podían limitarse a una expresión de aplauso o repudio, mas los matices dentro del amplio frente de opiniones antifascistas, matices eran.

El registro de los hechos principales del régimen de Franco está consolidado y es difícilmente cuestionable. El 18 de julio 1936 el Generalísimo desató una cruenta guerra civil contra el legítimo gobierno republicano. Con la ayuda de Adolf Hitler y Benito Mussolini, implantó una de las más sangrientas dictaduras de la historia. Según los mismos franquistas, hubo 30 mil ejecutados en tiempo de paz. En realidad los fusilados y sometidos a garrote vil (horriblemente estrangulados) fueron entre 100 mil y 200 mil. Franco pasó su vida firmando condenas a muerte. Las últimas cinco, las del ?juicio de Burgos?, fueron ejecutadas apenas un mes antes de su muerte. Durante 39 años de régimen clerical-reaccionario, jamás superó la división entre los ganadores ?los suyos? y los perdedores. Sus respaldos fueron la más conservadora Iglesia Católica del mundo y, cuando ya no vivían ni Hitler ni Mussolini, Estados Unidos. Los defensores de la democracia contra el totalitarismo soviético, en época de Guerra Fría, no encontraron nadie mejor que Franco como encarnación del Occidente capitalista y cristiano en tierras ibéricas. Su extraordinario ensañamiento contra las clases populares, y especialmente la clase obrera, causó a España un retraso de entre quince y veinte años en su desarrollo, además de más de una década de verdadera hambruna.

También los hechos sobre la II República española aparecen consolidados. Ésta, a pesar de las tensiones y divisiones que objetivamente generaron episodios de violencia, permaneció como una democracia representativa y multipartidaria hasta su último día. Las Brigadas Internacionales, llamadas a defender la democracia española y conformadas por jóvenes de los cinco continentes, fueron las mismas que inmediatamente después protagonizaron quizás la mayor epopeya democrática del siglo XX: la Resistencia al nazifascismo. En fin, Franco fue siempre un símbolo antidemocrático, y como tales se configuraron todos sus acompañantes, desde la Falange, el partido símil-fascista español, hasta el Opus Dei, el contenedor católico de la clase dirigente cómplice de la dictadura. Sus opositores, desde los liberales hasta la izquierda radical, se reconocían en los valores del antifascismo y en su amplia mayoría en la democracia representativa, como lo demuestran figuras como el presidente de la República Manuel Azaña.

El Zócalo DEL ANTIFASCISMO ha perdido centralidad, no sólo en el debate sino en la propia cultura occidental. Hoy, para los intelectuales que pretendan seguir una ?buena? carrera, especialmente en los medios de comunicación de masas, es indispensable hacer un constante ejercicio de independencia de juicio. La independencia de juicio es, en sí misma, positiva, pero la que se ha mostrado en el debate sobre los treinta años de la muerte de Franco es a menudo un indecente ejercicio de equidistancia entre franquismo y democracia, y en sentido más amplio entre fascismo y antifascismo. Por un lado, abjura del antifascismo, considerado una herramienta incompatible con una real independencia de juicio, y por otro, ya que los hechos son conocidos y consolidados y no hace falta prescindir del antifascismo para estudiar las fuentes de manera objetiva, para concretar ese proceso de alejamiento del antifascismo mismo se le hace necesario manipular la realidad hasta darle un poco ?o mucha? razón a quien nunca la tuvo.

Así, sólo se podrá afirmar que Franco fue un dictador y un asesino si al mismo tiempo se reconoce la opinión de quienes sostienen que salvó a España del comunismo. Si los fascistas mataron, hay que recordar que también los antifascistas lo hicieron: ?todo es igual, nada es mejor,/ lo mismo un chorro que un gran profesor?. Para llegar a esta moderna equidistancia hay que manipular la historia y la historiografía: de la experiencia republicana exaltar sus defectos, y a los crímenes del fascismo minimizarlos y justificarlos.

La caída de la centralidad del antifascismo conlleva consecuencias preocupantes no sólo en el debate intelectual. La ?teoría de los totalitarismos? tenía como límite la exaltación de las similitudes entre nazismo y estalinismo, achicando las diferencias entre estas dos ideologías. El hecho de que el franquismo ?como las dictaduras latinoamericanas, por otra parte? no encaje perfectamente en el esquema totalitario genera consecuencias perversas: si el comunismo fue totalitario como el nazismo, todo lo que no es totalitario sería cercano a la democracia o por lo menos no tan malo. Sin el norte del antifascismo el debate politológico, no sólo con respecto al franquismo sino también a la modernidad, toma caminos peligrosos tanto en el campo liberal como en el de la izquierda radical. Éstos, que convivieron aunque con dificultades en el campo antifascista, hoy paradójicamente se encuentran en campos contrapuestos, más aun que antes de la caída del muro de Berlín. Paradójicamente porque cuando el comunismo representaba un peligro concreto para los liberales, estos dos componentes del pensamiento occidental se reunían en el antifascismo, que ha sido patrimonio común de las democracias occidentales en la posguerra. El alejamiento temporal del fascismo clásico y la adquisición por la ideología neoconservadora de algunos rasgos claramente totalitarios, además de imperialistas, llevan a que el campo liberal deje de considerar al antifascismo como prioritario e identifique al comunismo derrotado como el símbolo de pasados y nuevos enemigos.

La pérdida de centralidad del antifascismo lleva a peligrosos deslices también en el campo de la izquierda más o menos radical, por ejemplo en ciertas coincidencias con la ultraderecha neo y posfascista, que desde su rincón ideológico se opone tanto a Estados Unidos como a Israel. Estas coincidencias se encuentran tanto en algunos rasgos de la crítica al imperio anglosajón como en la receptividad y en la introducción cada vez más marcada de prejuicios antisemitas en la crítica radical a la política del Estado de Israel. Si liberales e izquierda siguieran teniendo un terreno común al menos en el antifascismo, estos peligros no se presentarían.

Entre víctima y verdugo el intelectual pos ideológico del siglo xxi no piensa que sea conveniente elegir. En estos mismos días, demasiados intelectuales ?incluso de izquierda? han manifestado su solidaridad con David Irving, el historiador ?revisionista? que desde hace décadas niega la realidad del Holocausto y que la semana pasada fue arrestado en Austria por el crimen de ?apología del nazismo?. Mañana, en aras de la salvaguarda de la independencia de juicio, para poder hablar de Auschwitz estaremos obligados a otorgar igualdad de derechos a la opinión de un nazi.

* Corresponsal de BRECHA en Italia, autor de Franco e Mussolini. La guerra mondiale vista dal Mediterraneo: i diversi destini di due dittatori, Milán, Sperling & Kupfer, 2005.