BRECHA 20 Años – Se murió un pato en Estocolmo

Esta notita se merece una línea de explicación. Está escrita para celebrar los 20 años de Brecha y de paso un año del triunfo del Frente Amplio del año pasado.

Un día de octubre de 1985, Sergej Mihajlovic tenía una agenda muy apretada. Desde que en el marzo del mismo año había sido elegido Secretario General del Comité Central del Partido, había decidido cambiar el rumbo del país que había heredado de Lenin, Stalin, Krushev y Breznev.

Titubeaba: antes de empezar la Perestroika quería saber que le deparaba el futuro. Él, hijo del materialismo dialéctico, no podía confiar en un Rasputín cualquiera y sin embargo necesitaba saber que hubiese pasado, de allá a 20 años, en la patria del socialismo y en el mundo. De repente, sin anunciarse, en su estudio en el Kremlin, entró jadeante, sacándose la nieve del abrigo, uno de sus más estrechos colaboradores. “¡Tovarish, compañero secretario! ¡Lo logramos! ¡La maquina para leer los titulares de los diarios del futuro empieza a marchar!” A sus espaldas un militar de la Armada Roja, llevaba una especie de monumental fotocopiadora, casi un armario, lo enchufó y increíblemente, escupió las portadas de algunos de los más grandes diarios europeos del remoto año 2005: “Se mu-rió-un-pa-to en Es-to-col-mo”. Los dos viejos soviéticos, se sorprenden, se conmueven, se abrazan, se besan la boca y destapan una botella de Vodka. “Tovarish Sergej Mihajlovic: tu intuición es correcta. Con la Perestroika, el mundo entrará en una fase tan pacifica que los diarios sólo se preocuparán de la muerte de los aves”.

SERGEJ MIHAJLOVIC, ESPIADO. Siempre lo estuvo y escritores como John Le Carré o Graham Green debieron su fortuna a la guerra fría y a los mil cuentos de espías que esta inspiraba. En el número 10 de Downing Street, la señora Margareth Thatcher estaba reunida con sus más estrechos colaboradores. Entre ellos estaba un jovencito con orejas de dumbo, tal Tony Blair, que intentaba armar un aparato igualito al de Moscú. Putea, golpea; por fin marcha. Como corresponde escupe la portada del más conservador de los diarios, The Times que recita: “Se mu-rió-un-lo-ro-en Lon-dres”. El joven orejudo, que se muere de las ganas que el primer ministro lo note, festeja: “señora, hasta tenemos un poco del copete!” “El lo-ro lle-ga-ba de Asia y tenía fie-bre…”. “Si no se habla de huelguistas –es la sesuda conclusión de la señora de hierro- es por que nuestras ideas habrán triunfado. Ya el liberalismo ha pacificado el mundo y nuestros diarios pueden volver a ocuparse del duelo por la muerte de una mascota de algún miembro de sangre real”.

LA MAQUINA EVOLUCIONA. El Tovarish secretario, la señora de hierro con su orejudo delfín, el actor de western Ronald Reagan, el rey socialista François Mitterand en los Campos Eliseos, un joven socialista en Madrid (otro, no el de ahora), el divo Giulio Andreotti en la ciudad eterna, espiándose el uno con el otro se enteran que existirán los celulares y que caerá el muro de Berlín en este orden de importancia. A pesar del radiante futuro garantizado por el libre comercio, se enteran también que no todo funciona como en la Hollywood de los sueños. Seres humanos mueren por cruzar fronteras en el Río Bravo como en Ceuta y Melilla, pero uno puede llamar de París a Hamburgo gratis y charlar horas como si estuviera a la vuelta de la esquina con Internet. Las Europas, ya son una pero siguen siendo unas y Bratislava no es lo mismo que Lyon como Kiev o Bucarest no son lo mismo que Valencia o Donosti. Los sindicatos los derrotaron –más o menos- pero a pesar de todo el problema no son los plomeros polacos o los albañiles eslovenos, sino que –abiertas las fronteras- el trabajo voló lejos, tan lejos como el viaje de Marco Polo. Y la noche se hizo negra.
Pasan los días y la maquina evoluciona más. Evoluciona o falla. “Tovarish, tovarish –le dicen a Gorbaciov- ya somos capaces de sacar fotos de color”. ¡Claro, en 1985 los diarios eran todos blanquinegros! “Che, tovarish, se ve bárbaro”: es una portada con una mar de gente sonriente. Todas llevan banderas que… se parecen rusas. Gorbaciov, hombre preciso, reta sus colaboradores: “antes que nada es de 2004, y además las banderas rusas tienen los colores entreverados”. Tira la página ahí y se va buscando un Rasputín que le pregone su futuro, como si fuera la zarina Alejandra. Sólo unas horas después una chica de la limpieza levanta la página del piso, se enternece por las miradas limpias de la foto y lee con dificultad en el alfabeto latín que para ella es extraño: “Número Especial, Montevideo 1 noviembre de 2004, 25 pesos, BRECHA, Cuando empieza a amanecer”.

* Tanto “Se murió un pato en Estocolmo”, como “Se murió un loro en Londres” son titulares reales de la prensa europea de esta semana, debidos a la preocupación para la fiebre aviaria.