Brecha – Roma caput mundi

Cobertura especial – nota de abertura


Roma caput mundi


Gennaro Carotenuto desde el Vaticano


La muerte de Juan Pablo II se ha transformado en el más grande evento mediático de la historia. En una semana han llegado a Roma millones de personas, tantas como en todo el año santo 2000, y doscientos jefes de Estado. Nadie, ni él, el papa de los grandes eventos, lo había previsto. Los novendiales, los rituales establecidos por Gregorio X en 1274, que desarrollan durante nueve días el funeral y entierro de un papa, se han transformado en un acontecimiento único en la historia. 400 mil personas le rindieron homenaje el lunes, 700 mil el martes, un millón el miércoles, con una espera de 15 horas, de pie, sin descansar. Otro millón el jueves, con algo menos de cola. En total unas 700 personas por minuto, algo menos de 40 mil por hora durante más de 80 horas de exposición del féretro. Santiguarse, una oración, una foto con el celular y a seguir… Durante cuatro días, la Vía de la Conciliazione ?la gran avenida abierta por Benito Mussolini en 1929, que destruyó el antiguo Borgo Pío y une al Vaticano con Castel Santangelo, el mausoleo donde Giacomo Puccini ambientó Tosca? y sus cuatro paralelas han estado desbordadas de fieles. Para el duce, la avenida simbolizaba la reconciliación entre el Vaticano y un Estado unitario italiano nacido en 1870 de la caída del milenario poder temporal de los papas.


Ayer jueves ya sumaban cinco millones las personas llegadas a Roma para el funeral. Ninguna de ellas entrará a San Pedro, que estará reservada a las autoridades laicas y religiosas. Y sólo un número mínimo logrará acercarse al Vaticano. Los demás se conformarán con las decenas de pantallas gigantes activadas en la ciudad. El vocero de la embajada de Polonia, consultado por BRECHA, calcula en al menos 1,5 millones sus connacionales que siguen llegando a Italia en aviones, trenes, ómnibus, autos privados. En Polonia, donde el catolicismo se colorea de nacionalismo, despedir a Karol Wojtyla fue prácticamente una obligación patriótico-religiosa. La caótica salida de un país de entre un 3 y un 4 por ciento de la población en tan poco tiempo no la había provocado hasta ahora ni siquiera una guerra. Y a los polacos habrá que agregarles unos 500 mil católicos de otros países, españoles, austríacos, croatas, alemanes, franceses…


¿A QUÉ VAN? El jueves, el viernes, el sábado, el día que Juan Pablo II murió, la plaza se llenó normalmente, como se pudo llenar ?cada muerte de papa? en Roma. La cobertura televisiva sobre la agonía del papa, minuto a minuto, fue agobiante. El domingo 3 los siete canales nacionales italianos pasaron horas conectados con San Pedro. Las tevés, todas las tevés del mundo, huelen el evento, lo montan, lo escenifican, lo simplifican y lo venden, pero la gente reinterpreta el mensaje que recibe y reacciona imprevisiblemente. En la noche del sábado, y durante todo el domingo, corrió la voz de que Roma era el lugar donde había que estar. Organizadas por los poderosos nuevos movimientos eclesiales, desde el Opus Dei hasta Comunión y Liberación, que tan cercanos estuvieron al pontífice, o simplemente por miles de parroquias, las tropas de fieles fueron desordenada pero eficazmente movilizadas. Muchísima otra gente llegó por su cuenta. Miles de familias con niños, con abuelos, amigos. Fueron como fuera; con refuerzos en la mochilla, botellas de plástico, camperitas, formando parte de una enorme emoción colectiva.


Es probable que el Vaticano sea hoy escenario de la cumbre más concurrida de la historia. La imagen de Laura Bush, Bush hijo, Bush padre, Bill Clinton y Condoleeza Rice codo a codo arrodillados frente a un papa al que no amaban dio la vuelta al mundo. Por primera vez, el presidente de Estados Unidos estará a pocos pasos de Bashar al Assad y Mohamed Khatami, los jefes de Estado de Siria e Irán, a los cuales amenaza con hacerles la guerra. Faltarán apenas los chinos, porque el Vaticano sigue reconociendo a Taiwán; y del continente latinoamericano, donde vive la mitad de los católicos que hay en el mundo, con excepción de Brasil y México (cierto es, los dos países con mayor peso de esta religión en el planeta), las delegaciones son de un perfil no demasiado alto.


 


EL ABRAZO DE BERNINI Una mirada crítica y laica difícilmente puede abarcar todos los significados de un evento que marca una época. Karol Wojtyla, con su conservadurismo ha logrado superar lo problemático del Concilio, de una iglesia que repiensa si misma. Su doctrina ofreció una síntesis a nuestra modernidad que se puede esquemáticamente condensar en que ?todo lo que no está explícitamente permitido, está prohibido?. Es un dogmatismo que masas de católicos rechazan. Sin embargo ofrece a muchos más un contexto doctrinario seguro en el cual el Papa se ha promovido como el pastor de cientos de millones de fieles sencillos. Estos, en alguna medida, en los años post-conciliares se habían encontrado huérfanos de una guía segura. A estos fieles, que se pusieron en la cola durante horas para ver el pastor fallecido, el padre perdido, el papa vivo ofreció seguridad y el papa muerto ofrece esperanza. Desde la cola los fieles desbocan en la majestuosidad de la Plaza San Pedro. Ahí los abraza el abrazo acogedor del columnado de Gian Lorenzo Bernini que es todo un pasaje desde el Renacimiento al Clasicismo que introduce al Barroco. Y Bernini los anima como una respuesta sencilla pero inmensamente sólida a los misterios de la vida que probablemente el alma busca en una religión. La institución iglesia, las columnas, la cúpula de San Pedro, el ritual milenario, las guardias suizas están ahí a tranquilizar los fieles que si el pastor se fue, la institución queda y está construida en la roca, una roca trascendente sobre la cual el fiel puede encontrar una respuesta a sus inquietudes terrenales frente a la modernidad. Ahí el dicho que ?muerto un papa se hace otro?, pierde su ironía desacralizadora para afirmar que ya, ya llega otro pastor. Y ahí está el triunfo del universalismo del católicismo, la única religión que el universalismo busca y que lo hace a través de la exposición piramidal de una jerarquía poderosa que media entre lo humano y el divino. Y en la cumbre de esta jerarquía está el triunfo del Karol Wojtyla pastor y monarca, que eludió respuestas difíciles, simplemente volviendo atrás, pero haciéndose así interprete del desconcierto del ser humano frente a la modernidad.


HACIA EL CÓNCLAVE A partir del lunes 18, en la Capilla Sixtina y bajo la bóveda del Juicio Universal de Michelangelo, 116 grandes electores se abocarán a designar al nuevo papa. Si Joseph Ratzinger y Camillo Ruini, los dos príncipes del rigor de la doctrina, logran hacer valer su enorme peso, el perfil del futuro papa será aun más rígido que el de Juan Pablo II. Estos estrechos colaboradores criticaban a Karol Woytyla no pocas de sus iniciativas (los encuentros interreligiosos, la industria de la santificación, los baños de masas, sus continuos viajes y el pedido de perdón por las culpas de la Iglesia). En el otro extremo, cardenales conciliares quedan pocos, y figuras como Carlo María Martini, que predica cambios como la ordenación de las mujeres o que los divorciados puedan recibir la comunión, están completamente aisladas. Sin embargo, dentro de las jerarquías eclesiales están madurando dos factores de cambio. Numerosos príncipes de la Iglesia consideran que la autocracia de Juan Pablo II debería dejar lugar a una gestión más colectiva que involucre también a los obispos. Y, de la mano de un péndulo que se mueve hacia el sur, la comunión con los pobres aparece como ineludible.