BRECHA – Pakistán: el país más peligroso del mundo

El 18 de febrero habrá elecciones en un país en riesgo de guerra civil. Pakistán está hoy al borde del abismo, con el máximo grado de inestabilidad e inseguridad, posee armas atómicas, y la “guerra contra el terrorismo” impulsada por Estados Unidos lo ha desestabilizado. Para Washington, acusado de haber inducido a Benazir Bhutto a exponerse a perder la vida, es un fracaso más en la región.

Gennaro Carotenuto desde Roma

De las pocas cosas seguras en Pakistán, una es que la mente que tramó el asesinato de Benazir Bhutto, en Rawalpindi, no buscaba simplemente eliminar a una líder política, sino desestabilizar todavía más al que ya era uno de los epicentros de la inestabilidad en el planeta. Es muy fácil culpar a Al Qaeda. En realidad quienes podían tener interés en asesinar a Bhutto son muchos, y la misma

familia Bhutto y su partido siguen responsabilizando a los aparatos del Estado más que a los islamistas que deberían combatir. Y había sido la misma Benazir, el pasado 18 octubre, después del primer intento de asesinato que causó 150 muertos, quien acusó a sectores de los servicios secretos, el isi, que habrían actuado sin control de la cadena de mandos.
Sin embargo Al Qaeda tiene la virtud de que en la fantasía de los medios mainstream (que confunden a esta organización con los talibán) se transformó en una nueva internacional capaz de ser autora de cualquier crimen cometido en el planeta. En realidad la situación en un país como Pakistán es más que compleja y aspirantes a mártires dispuestos a matar y morir en nombre de su interpretación del islam es lo que sobra. La propia Benazir en sus últimos meses de vida había insistido en el peligro del islamismo radical. Era la única líder que hablaba de Al Qaeda y seguramente era el primer blanco que Al Qaeda hubiese querido eliminar.
Sin embargo, en Pakistán la tensión, la estrategia de la tensión, es el negocio más importante del país. Las dos fronteras calientes con India y Afganistán son fuentes de enormes beneficios dentro y fuera del aparato estatal, del todopoderoso ejército y de los servicios secretos. Como demostró la politóloga paquistaní Ayesha Siddiqa en su ensayo Military inc, las fuerzas de seguridad tienen en su poder prácticamente todo el aparato económico y financiero del país. El ejército y el isi (más de 10 mil agentes) tienen su propia agenda, la cual es muy difícil de “leer”. Lo cierto es que el isi (como en su momento hizo la cia estadounidense con los contras en Nicaragua) financió el nacimiento y entrenamiento de los talibán, para lo cual se valió de cualquier medio, incluyendo el narcotráfico. También es seguro que, a pesar de un lustro de retórica antiterrorista, el isi y las estructuras talib están recíprocamente infiltrados. La difícil alianza entre el dictador Musharraf y su principal opositora, auspiciada por Washington, podía representar una hipótesis de estabilización, filooccidental, de Pakistán, pero también todo lo contrario. Lo atestigua, por ejemplo, la posición del ex jefe del isi Hamid Gul –organizador de la yihad antisoviética–, que dijo que el acuerdo entre Bhutto y Musharraf hubiese fortalecido e independizado demasiado a Paquistán.
LA HERENCIA DE BENAZIR. Bilawal Zardari Bhutto, de 19 años, desde ahora se llamará Bilawal Bhutto y será el presidente del Partido Popular Paquistaní (ppp) que fundó su abuelo en 1967. A un genérico progresismo expresado con su membresía en la Internacional Socialista, con su defensa de la laicidad y con el representar tanto al campesinado como a las capas medias urbanas, el partido combina una difícil convivencia con el islamismo radical, con el aparato del Estado y con las estructuras agrarias del profundo Sindh campesino, la región de la cual la familia Bhutto es sustancialmente señora, al igual que lo es de la ciudad porteña de Karachi. Si el PPP es el partido que siempre se opuso a las dictaduras militares, la Benazir gobernante (1988-1990 y 1993-1996) no tuvo un gran desempeño: inflación, corrupción y la mancha de haber contribuido a crear los talibán que conquistaron el poder en Kabul. Sin embargo su obra se podría definir como la “menos mala” en un país atenazado entre las dictaduras militares, el islamismo radical, y el otro gran opositor de los militares, Nawaz Sharif, tanto o más corrupto, y que juega constantemente con el consenso islamista.
Cuando el abuelo, Zulfiqar Ali Bhutto, fue ahorcado por el dictador Zia ul-Haq, el ppp fue presidido por una Benazir de 26 años, asesinada la pasada semana, como lo fueron sus dos tíos. Hoy le toca a Bilawal, con apenas 19, y todavía lejos de recibirse en ciencias políticas en Oxford. En la conferencia de prensa que dio el joven Bhutto, que todavía no tiene la edad legal para ser elegido diputado, se expresó brevemente y sólo en inglés. Su idioma urdu no debe ser bastante fluido como para presentarse en público después de haber pasado casi toda su joven vida entre Dubai y Gran Bretaña. A su lado dos sombras lo aconsejarán y utilizarán. Son la de su padre, Asif Ali Zardari, conocido como “Míster 10 por ciento” por su vocación por las coimas cuando su señora ejercía como primera ministra, y Amin Fhaim, vice de Benazir y cabeza pensante de un partido que suma muchas caras. La primera pregunta es: ¿el acuerdo con Musharraf resistirá? ¿O el ppp acordará con Nawaz Sharif para eliminar al dictador? En esta segunda hipótesis, ¿qué harán Musharraf, el ejército, y Estados Unidos?
EL HOMBRE DE WASHINGTON. La Casa Blanca siempre maniobró en las cuestiones internas paquistaníes. Y seguirá haciéndolo a pesar de que los desaciertos sean infinitos en un país demasiado difícil para ser entendido por un analista del Departamento de Estado. Sin embargo, el crepúsculo del bushismo no puede modificar su idiosincrasia y varios apuntan a que otro militar pueda sustituir, probablemente con otro golpe, al tambaleante Pervez Musharraf, hasta ayer “nuestro hombre en Islamabad”. Y ese otro militar es Ashfaq Pervez Kiyani, desde el 28 de noviembre jefe de uno de los más poderosos ejércitos del planeta y poseedor de la bomba atómica. Kiyani es quien había orquestado el difícil acuerdo que debía dejar a Musharraf en la presidencia de la república e instalar por tercera vez a Benazir Bhutto como primera ministra. Ex jefe de los servicios secretos, diplomado en una escuela militar estadounidense, Kiyani ha venido acumulando méritos y amigos poderosos, que suma al infinito de presidir la principal industria del país: el ejército. No sería la primera vez en la historia del “país de los puros”. El problema es que hasta ahora las dictaduras militares tenían, vistas desde Estados Unidos, el mérito de garantizar orden y negocios. Ahora, la muerte de Benazir atestigua que ya no.
Historia y geopolítica
Pakistán, con sus 150 millones de habitantes, es un parto desgraciado de la salida de la región del colonialismo británico. Costó cientos de miles de muertos dividir en dos el imperio indio, con los hinduistas que dejaban una parte del territorio a los musulmanes. Con fronteras inciertas y calientes, Pakistán perderá en los setenta a Bangladesh, su parte oriental, que no tenía continuidad territorial con su más pujante occidente.
Si India era el firme aliado de la Unión Soviética, Pakistán apoyó siempre a los angloestadounidenses y a los chinos. Sin embargo es India el sujeto más importante de la región: tres guerras, la mutua tenencia nuclear y el eterno conflicto cachemiro marcan una enemistad histórica.
La “guerra al terrorismo” volvió a Pakistán retaguardia de la invasión estadounidense a Afganistán. Fue el isi, el servicio de inteligencia paquistaní, quien creó a los talibán, y es el isi donde están cada vez más presentes los religiosos radicales, quienes siguen haciendo un juego sucio con y contra el aliado estadounidense. Washington no tuvo más remedio que apoyar la odiosa dictadura de Pervez Musharraf entregándole entre 2002 y 2007 unos 10.500 millones de dólares en ayudas militares. Un Pakistán estable es interés de muchos y sin embargo estos muchos tienen intereses tan divergentes que el tablero tambalea como nunca.

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