Brecha – La guerra santa de Israel

Las milicias de Hizbollá, apoyadas por Irán, secuestraron a dos soldados israelíes. Respondiendo a esa provocación, y como sucedió quince días antes en Gaza, las tropas israelíes se abatieron como una plaga bíblica sobre el Líbano, destruyendo en pocos días las mayores infraestructuras del país, y dejando cientos de muertos y 700 mil refugiados.

Gennaro Carotenuto desde Roma

De la Libanlait, la Conaprole del Líbano, quedan sólo escombros. Procesaba leche, entera y descremada, yogurt, quesos. De sus grandes plantas, cerca del pueblo de Baalbek, salían todos los días cientos de camiones. Nada sospechoso había en la planta y sin embargo, en la noche del martes, dos guardias murieron en el bombardeo que destruyó completamente la fábrica. Lo de la Libanlait quizá es un símbolo de un país que en una semana de bombardeos indiscriminados dio un largo paso atrás de dos décadas.

Nada se salva de la ira de Israel: en el edificio de la protección civil de la ciudad de Tiro 25 civiles fueron asesinados en un bombardeo. Ahí se sentían a salvo. Las principales infraestructuras del país están destruidas: puertos, aeropuertos, autopistas, fábricas, barrios paupérrimos y zonas acomodadas, cuarteles de un ejército fantasma incapaz de esbozar una resistencia. Cuarteles donde encontraron la muerte, en pleno sueño, soldados víctimas de la debilidad misma de un país incapaz de controlar su territorio, tanto ante los enemigos israelíes como de los supuestos amigos, las milicias de Hizbollá, que ofrecieron el flanco a la desmesurada reacción israelí.

No nieva nunca en Nazareth, y aun menos en julio, en medio del calurosísimo verano boreal. Y sin embargo los campos del interior de Galilea, la región norteña de Israel, están blancos. Blancos de algodón, un espectáculo maravilloso. Yendo desde el mar hacia el interior, la carretera se empina hasta llegar a unos pueblos en la colina desde donde se puede observar este panorama blanco que se extiende hacia el cercano Mediterráneo. El mayor de estos pueblos es la ciudad donde, según la tradición cristiana, creció Jesús: Nazareth.

Siguiendo las curvas del casco antiguo se llega a la Basílica de la Anunciación. Es una iglesia enorme, moderna, sin interés artístico alguno. Nada que ver con Belén o Jerusalén, donde la historia de las tres religiones monoteístas habla al viajero casi piedra a piedra. Sin embargo no es por ello que en esta ciudad de 70 mil habitantes –en su gran mayoría árabes, cristianos y musulmanes, con pasaporte israelí– no se encuentran turistas. La vida se paralizó a pocas decenas de metros del portal de la basílica, ahí donde el miércoles 19 murieron Mahmoud, de 7 años, y Khaled, de 3, dos hermanitos palestinos víctimas de un misil Katyusha, uno de los 10 mil o 15 mil juguetes prehistóricos y sin embargo mortales que los ayatolás iraníes pusieron en manos de las milicias chiitas del sur del Líbano. Si hay algo que simboliza el extremismo estúpido de la organización Hizbollá es la muerte de estos dos niños árabes a los que supuestamente pensaban defender. Murieron en Nazareth, la mayor ciudad árabe de Israel, certificando que en esta guerra medieval nadie está a salvo.

DESPROPORCIONES. Según la publicación saudita Arabnews, habitualmente moderada, la primera semana de guerra tuvo un costo de 292 víctimas civiles libanesas y 25 israelíes. Estos últimos fueron muertos por los misiles Katyusha que los milicianos de Hizbollá siguen lanzando, demostrando una inquietante capacidad de resistencia que probablemente va más allá de lo esperado por los jefes del ejército israelí.
La proporción de víctimas mortales es de 12 libaneses por cada israelí, lo cual prueba que no hay una guerra entre Líbano e Israel sino una agresión del más poderoso contra el más débil. Al menos el 30 por ciento de estas víctimas son niños. A la fuerte, desesperada petición para un alto el fuego formulada por el primer ministro libanés Fuad Siniora, su homólogo israelí Ehud Olmert contestó que los ataques seguirán hasta que sea necesario, por lo menos hasta liberar a los dos soldados capturados en territorio israelí por milicianos chiitas el miércoles 12. Esta acción fue el casus belli que ha llevado a Israel a la enésima guerra de su historia. La captura de dos soldados en pleno territorio nacional ofreció a Israel una suerte de derecho de réplica. Sin embargo, muy pronto quedó claro que la represalia iba mucho más allá de intentar liberar a los dos soldados capturados. Se trataba de castigar al pueblo libanés, atenazado entre el poderío terrorista que ejerce la milicia Hizbollá y el terrorismo de Estado de Israel, que en los últimos meses ha actuado repetidamente en territorio libanés asesinando, entre otros, al dirigente palestino Mahmud al-Majzub. Frente a esta cadena de homicidios, el gobierno libanés intentó presentar, en los primeros días de este mes, una protesta oficial ante las Naciones Unidas.
En esta región todos avivan el fuego de una crisis que no da señales de apagarse. Lo hacen los iraníes, y en menor medida los sirios –que temen ser el primer blanco de una prolongación de los enfrentamientos–, y lo hacen los israelíes, que pretenden solucionar de una vez para siempre el problema de Hizbollá, aunque ello signifique la destrucción del Líbano. En tanto, el ejército israelí continúa operando en Gaza. El miércoles 19 irrumpió en el campo de refugiados de Mughazi, matando a 13 personas. Así, mientras la atención de la opinión pública está puesta en Líbano, Gaza sigue desangrándose bajo las incursiones israelíes, que ya ocasionaron 100 bajas civiles.
LA CRISIS DESBORDADA. A las dos de la tarde de ayer, jueves, el comandante en jefe del Tsahal, Dan Halutz, instó a sus soldados a que se preparen para una larga actividad en el norte, en Líbano, en Gaza, en Judea y Samaria (los nombres históricos de Cisjordania). Se hablaba también de un intento de desembarco de la marina israelí entre las ciudades de Tiro y Sidón. Esa misma noche había estallado una furibunda batalla terrestre. En el valle de la Bekaa la población ya se está resignando a una crisis humanitaria de proporciones.
Se trata de inequívocas señales de que el gobierno de Olmert, que ha logrado el respaldo de la opinión pública israelí y barrido del mapa a la izquierda pacifista, estima que sólo el recurso de la fuerza podrá otorgar a su país la anhelada seguridad. Algo no muy distinto sostiene Haaretz, el diario progresista cercano a las posiciones pacifistas, según el cual la invasión del Líbano se justifica por la necesidad de desarmar a Hizbollá, cosa que de otra manera no se lograría. Para Amos Oz, uno de los intelectuales pacifistas más importantes de Israel, el conflicto árabe-israelí es una tragedia cuasi insoluble, porque opone a dos pueblos con “razones”.
Mientras tanto el líder de Hizbollá, el jeque Hassan Nasrallah, declaró al diario de la derecha religiosa iraní Jomhuri Islami, que sus milicianos están en condiciones de golpear todo el territorio de Israel. Aparentemente, es cierto que el Tsahal no pudo impedir que más de cien misiles fueran lanzados sólo el miércoles contra Israel. Y diez días de bombardeos demostraron que si Israel quiere inmunizar el sur del Líbano no puede no avanzar sobre el terreno sin intervenir otra vez en los lugares ocupados militarmente durante veinte años y devueltos por Ehud Barak en el año 2000.
LA COMUNIDAD INTERNACIONAL. El lunes el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, propuso el despliegue de fuerzas internacionales en el sur del Líbano “para impedir el bombardeo de Israel”. La propuesta fue fríamente recibida por Estados Unidos y obviamente rechazada por el gobierno de Olmert. Pero fue bien acogida por algunos gobiernos europeos, con el francés y el italiano a la cabeza. Este último también propuso enviar tropas a la Franja de Gaza. Se maneja la posibilidad de que tropas bajo bandera de la onu ocupen el sur de Líbano desde los santuarios de Hizbollá, dando seguridad a Israel en sus fronteras y haciendo innecesarios los ataques de este país contra su vecino norteño.
En un artículo publicado ayer jueves, el diario británico The Guardian da cuenta de la fuerte presión ejercida por Francia en búsqueda de una resolución de la onu de alto el fuego. El dictador sirio Bashar el Assad, que podría recibir a la canciller estadounidense Condoleezza Rice la próxima semana, apoya esa iniciativa. Pero no así Estados Unidos, cuyo embajador ante la onu, el halcón John Bolton, otorgó a Israel “todo el tiempo que necesite” para profundizar su ofensiva, es decir aniquilar a Hizbollá, y luego negociar desde una posición de fuerza. Para Ehud Olmert, un alto al fuego sólo podría llegar a producirse después del desarme de Hizbollá. Todo indica que habrá crisis para rato.