Brecha – Una semana con Glenda – Con los médicos de Barrio Adentro

Una semana con Glenda.

Corea, un barrio periférico de Barcelona, a poco más de una hora de Puerto la Cruz, en el estado Anzoátegui, en el oriente del país, me espera con sus 38 grados y una humedad más agobiante que la de Buenos Aires en enero. Corea me espera con sus calles llenas de escombros y basuras, con sus perros flacos y temerosos y su inmensa violencia y pobreza. El auto de estilo estadounidense, que con orgullo me explican que va a cumplir los 50 el próximo año, con continuos virajes evita agujeros que parecen producidos por un bombardeo. Los niños, muchos, ni nos miran. Conocí a Glenda Alfonso Castillo una hora antes en la terminal de autobuses, en Puerto la Cruz, donde me estaba esperando. Es una anestesióloga que ha llegado en noviembre de 2003; ya van 13 meses sin ver a su familia y especialmente a Glendita, su hijita de ocho años. Acá no puede ejercer su especialidad, y se dedica, como todos los médicos cubanos, son 800 en el estado Anzoátegui, a la atención primaria. ?No te olvides de que nos hospeda una familia muy modesta?, me dice antes de llegar.

Llegamos; el jefe de la familia se llama Guaicari, su esposa más sencillamente Margarita. Tienen cuatro hijos y 11 nietos. Indígenas urbanizados, son todos bolivarianos. Me cuenta Glenda: ?El niño de la casa llegó casi con peritonitis, lo recibí. En el hospital no lo querían internar?. Durante los días en varias ocasiones escucho hablar a Guaicari, sindicalista en el hospital público de Barcelona. Insiste sobre el hecho de que hace política porque la política le tiene que dar algo. Se muestra enojado: ?Desde hace 40 años los hospitales públicos cierran 15 días en Navidad. Es una tradición y si nos la quitan ahora el gobierno nos está traicionando?. Glenda discrepa un poco y después deja correr. Lo nuevo convive con lo viejo.

Me enseñan mi cuarto. Sin ventanas, el piso de concreto, el techo de zinc, como en el poema de Mario Benedetti. Pero ahora que me toca a mí dormir acá no me resulta tan tierno. Entre el techo y el cuarto hay un estrado de espuma plast en el cual hacen carreras de Fórmula 1 ratas enormes. En el baño no hay agua corriente. Durante la noche se llena un balde y es para todos, todo el día. No hay ventanas, hay un ventilador, pero los ventiladores me enferman. Al segundo día me enfermo de verdad. A esta agua, este ambiente, esta comida, es difícil acostumbrarse. Remedios ?hechos en Cuba? me bajan la presión, sanan mi diarrea, desinfectan mi estómago. A mí como a cualquier enfermo de Barrio Adentro. No son de última generación me explican, pero agradezco igual y descubro que hoy Cuba es un país que exporta medicinas.

Glenda vuelve de la consulta y me encuentra aún en mi cuarto. Me empieza a contar. ?Vivimos encerrados. Esta es una misión difícil esencialmente por las condiciones ambientales. La violencia a nosotros los cubanos nos aterroriza, no estamos acostumbrados?. En los ranchitos de Caracas los médicos tienen la orden de estar en cama a las siete de la noche, con las balas perdidas no se juega. Los jefes de la misión, con los cuales me entrevisto en Puerto la Cruz, me dan números duros: ?Acá hay más de 12 mil muertes violentas por año; en Cuba son 250. La policía mata al menos 2 mil presuntos delincuentes por año en tiroteos?. De las conclusiones deduzco que un 80 por ciento son ejecuciones sumarias y pienso que quien sabe qué pasó de verdad con Robson y su primo, los dos chicos de 15 y 17 años que murieron el día antes de mi llegada en la esquina de la casa de Guaicari. Con el hermano de Robson, desaparecido, formaban la ?banda de los monitos?, varios atracos y homicidios. La gente del barrio lo cuenta tranquilamente: los monitos tuvieron lo que se merecían y ahora todo está más tranquilo. La noche siguiente un largo tiroteo me despierta a las cuatro de la mañana. Escucho a Glenda levantarse en el pasillo. A la mañana siguiente sabré que no hubo heridos.

Voy a la consulta y me asombra descubrir que es un rincón de paz que podría estar en cualquier parte del mundo. Gente modesta pero tranquila espera su turno. Un señor lee el diario en la espera. Hasta hace dos años no existía nada parecido a esta gente y ahora ya es lo normal. Llega una señora de un barrio cercano. Grita escandalizada que su médico se fue de vacaciones. Es impresionante la rapidez del cambio: lo que antes era ciencia ficción ya es percibido como un derecho por defender. Glenda la calma y la atiende como a los demás. Acaba de dar el alta a Simón; ?tiene 35 años, tuvo una úlcera en un pie. Yo lo curé y descubrí que tenía una diabetes crónica nunca curada. Ya tenía problemas de impotencia, por los años de diabetes nunca tratada. Lo atendí durante dos meses todos los días, acá era una cosa impensable?. Lara, una compañera de Glenda, me muestra su laboratorio odontológico móvil. Todo es modesto, portátil, pero limpio, estéril: ?Las tres especialidades de odontología, cardiología y oftalmología son las que forman la llamada operación milagro. Devolvemos gente a la vida, que simplemente necesitaba lentes, o una operación de cataratas?. Las intervenciones se hacen en Cuba. Es antieconómico, pero el boicot de los médicos venezolanos impide utilizar los hospitales públicos. ?Los hospitales públicos para nosotros los cubanos son lo más horrible y no tenemos ninguna relación con los médicos venezolanos. Somos intrusos venidos por proselitismo político. Ahora, después de la reafirmación de Chávez -afirma Glenda-, nos toleran y algunos han transigido en tener algunas relaciones, pero no de trabajo. Recién ahora hay algunos hospitales que empiezan a aceptar pacientes transferidos por la misión.? El doctor Celestino Estrada, uno de los pocos médicos venezolanos de la misión, un veterano chiquito que opera con mucha experiencia, nos da detalles sobre los gremios médicos, todos opositores y sobre los programas de inserción de médicos locales en Barrio Adentro: ?Somos 1.200 pero en cinco años seremos 6 mil?.
Droga, machismo, arepas, alcohol. ?Por allá, de aquella casa en adelante, hasta el final de la calle, en todas las casas se vende droga. Este es el motivo del relativo florecer económico de Corea?. Voy paseando, las casas de lata, de zinc, de concreto, están todas encerradas como jaulas. Las jaulas aumentan la sensación de inseguridad. Ni siquiera los taxis quieren entrar a Corea. Aprendo que no hay que darle la dirección exacta, no te dejarán subir: que te acerquen y luego regateas para que te dejen en la casa. Adentro de las jaulas no son pocos los autos todo terreno de más de 50 mil dólares. Producto especialmente del crack, que crea fortunas comiendo cerebros de adolescentes. Barcelona es fea, pero Corea es un barrio feísimo, sin gracia ni árboles, así como es la vida de difícil para la gente y especialmente para los niños. En un país donde la gasolina cuesta un peso uruguayo por litro, ?los niños no tienen costumbre de tomar leche. Lo aconsejo a las familias pero cumplen poco. Las consecuencias son caries, retraso en el desarrollo y a largo plazo retraso mental. Son niños que tendrán dificultad en el aprendizaje y bajo nivel escolar. Es la malnutrición. Pero no es sólo la leche lo que falta. Los hábitos alimentarios de las casas son terribles. El adulto come lo mejor y lo que sobra es para el niño, si es que algo sobra. Entonces el niño come arepas (tortillas de harina de maíz), no come proteínas?. El presidente Chávez insiste a menudo en sus discursos hablando de la salubridad de la comida, da consejos prácticos: ?No coman demasiada grasa, no coman demasiado frito?. Populista, le dicen los detractores.

Es así que los médicos se transforman en educadores. Escucho a Glenda dar clase de economía doméstica a una joven madre. Lo hace con extremado respeto. ?Retraso mental subcultural, hábitos de vida incorrectos que los hijos heredan; en este barrio son muchísimos los analfabetos o semianalfabetos. Muy pocos adultos tienen más de cinco años de escuela primaria. Sólo ahora está la Misión Robinson -el programa de alfabetización que ya involucró a un millón de venezolanos- pero no ha llegado aún a todo el mundo. Tengo una paciente de 19 años, Elvia. Tiene un hijo y está embarazada y es completamente analfabeta, vive en esta misma cuadra. Los embarazos adolescentes son la regla. Los padres casi no existen. Las misiones están cambiando de a poquito las cosas. Tengo una paciente de 16 años con dos hijos. Su madre sostiene que las mujeres no necesitan ir a la escuela. Pero ahora, cada vez más mujeres levantan la cabeza y salen a la calle.? Les dicen a sus hombres que no los esperarán borrachos toda la vida. Quieren salir a trabajar. Cambia, todo cambia. Del viernes al domingo los hombres toman sin freno y la violencia trepa. ?El alcohol no es una misión de los médicos, pero está en la parte educativa. Propiciamos que los adolescentes no tomen. La intención más importante es cambiar el estilo de vida, alimentario, educación a la salud. Lo primero es educar a la población.? Ya pasó mi semana y abandono Corea. Me despido de Glenda que sueña con sus vacaciones. El aliento de un borracho me persigue hasta en el auto. Cambia, todo cambia, pero sin apuro.