Brecha – China y Unión Europea: Todo por dinero

Europa le tiene unas enormes ganas a China. Olvida así que la deslocalización hacia el gigante asiático es el peligro más grande para su industria manufacturera y que China es una falsa economía de mercado y un país ultrarrepresivo en materia de derechos humanos.
Gennaro Carotenuto   


La deslocalización -mudanza territorial de empresas en busca de mano de obra barata- transfirió, sólo en los últimos tres años, al menos 500 mil puestos de trabajo entre los países occidentales y China. No son sólo manufacturas. Se trata, cada vez más, de programación de software, call centers y mucho de lo que se agrupa bajo el término ?recursos humanos? y, cada vez más, resulta posible transferir puestos de trabajo valiosos, buenos sueldos. En Estados Unidos se calcula que el 3,5 por ciento de todos los despidos son originados por transferencia al exterior del puesto de trabajo, en el 70 por ciento de los casos en la misma empresa, y en Europa se manejan cifras apenas más bajas. La preocupación de los sindicatos clasistas es importante. Para los economistas neoliberales la deslocalización es irrelevante por un lado porque ya están en marcha procesos de reequilibrio, en los cuales el factor del costo del trabajo chino barato va perdiendo importancia rápidamente. Por otro, porque consideran el outsourcing como una de las herramientas más apreciadas de la producción de riqueza neoliberal. Para el empresario, la localización es hoy nada más que localismo que impide despegar la fuerza de una empresa. Firmas con décadas de arraigo en un territorio se mudan de la noche a la mañana buscando abaratar el costo del trabajo en lo que los pesimistas llaman una carrera hacia la desindustrialización y el abandono.


EL FORDISMO PATAS ARRIBA. Es así que, por ejemplo, en enero, la empresa del noroeste de Italia De Longhi, una de las líderes mundiales en el campo de los climatizadores, ha transferido el 80 por ciento de su producción a China, despidiendo a casi 6 mil trabajadores en Italia. Según la empresa, no les queda otra solución. Según los sindicatos, la incidencia del costo de la mano de obra sobre el precio final del producto es apenas del 4 por ciento. Entonces, se preguntan, ¿es razonable deslocalizar? ¿Qué gana un país como Italia al perder 6 mil puestos de trabajo y verse invadido por climatizadores chinos al mismo precio y encima marcados como Made in Italy? Los obreros despedidos no estarán en condiciones de comprar un climatizador, como tampoco los chinos que ganan demasiado poco. Es el revés del fordismo.


¿Es posible pensar en una vuelta a los aranceles para defender el sector industrial de los países más desarrollados? ¿Cuáles clases políticas pueden radicalizarse tan rápidamente como para salir del espejismo neoliberal? Tanto Europa como Estados Unidos asisten con rigor a sus industrias primarias desde la agricultura del Tercer Mundo. Se sostiene, con alguna razón, que sin asistir a la agricultura, el territorio mismo iría a la ruina y las clases políticas tendrían que enfrentarse a verdaderas jacqueries dignas de la Francia prerrevolucionaria. Y sin embargo, algo así parece lejos de ser posible en el campo industrial. La idea de los defensores de la deslocalización es que ésta instaure otro círculo virtuoso que fortalezca a las empresas europeas en la competencia planetaria. Es una opinión que supera los ámbitos tradicionales derecha/izquierda aunque la idea ya es parte de la historia del neoliberalismo y privilegia claramente la producción de riqueza frente al valor del trabajo. Asimismo la preocupación por la deslocalización hacia China no es patrimonio de la izquierda y un hombre de derecha, como el ministro de Economía francés Nicolas Sarkozy, está entre los líderes que piensan que la deslocalización empobrecerá las economías nacionales y que la pérdida de puestos de trabajo corresponde a una pérdida neta de valor agregado.


Las relaciones entre la Unión Europea y China están entonces reguladas por la enorme codicia hacia este país que experimentan las clases dirigentes europeas, parte de la elite mundial que puede prescindir de su arraigo en el territorio para garantizar su bienestar. Se explica así, en el marco de la pérdida del valor ético de la empresa, el interés sin límites por desatar todos los vínculos residuales que aún mantiene la economía china. Se explica también el levantamiento del bloqueo a las tecnologías militares, proclamado por la Unión Europea después de la masacre de Tiananmen de 1989, así como la hipócrita posición oficial que pretende dialogar con China para obtener en un futuro lejano el respeto de los derechos humanos. Sin embargo China ya demuestra que puede torcer el brazo a los presuntuosos europeos. El yuan, en un país donde viven 70 millones de ultrarricos y al menos 300 millones de acomodados, está subvalorado entre un 30 y un 300 por ciento según las distintas fuentes. Junto a la subvaloración contemporánea del dólar, hoy en día Europa, con el euro fortísimo en todos los mercados, está pagando a un muy alto precio las ganas de insertar a China en el mercado global. La próxima década nos dirá, si ha de suceder, cuánto tiempo tardará el dragón en comerse a la Unión.