Brecha – El trabajo sucio de la CIA: Lo hicimos para salvar vidas europeas

Condoleezza Rice viajó a Europa y reivindicó el sistema de secuestros y traslados secretos implantados por la CIA en todo el continente. Sin admitirlo, defendió también el sistema de cárceles secretas, tortura y desaparición de personas y amenazó a los socios del viejo continente: sabían, compartieron responsabilidades y ahora no nos pueden dejar solos.

Gennaro Carotenuto desde Roma
Lo que está documentado hasta ahora por organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional (AI) y Human Rights Watch (HRW) sobre la red de secuestros y desapariciones creada por la CIA en Europa en los últimos años, es impresionante. AI denuncia al menos 800 vuelos ilegales que han tocado el territorio europeo. Hay cárceles secretas gestionadas o controladas o alimentadas por la CIA al menos en Polonia, Rumania y Kosovo, además de Jordania, Marruecos y Egipto. Los vuelos –y los secuestros– abarcaron todo el continente, desde Islandia a Turquía, desde Noruega a España, involucrando a todos los grandes países europeos: Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia.
La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, no da ni un paso atrás en su gira europea. Reivindicó que la lucha contra el terrorismo no admite la menor demora ni la prudencia que la vieja Europa aún exhibe al defender los derechos humanos y el hábeas corpus.
EL SEGUNDO FRENTE. En palabras de uno de los más estrechos colaboradores del presidente de Estados Unidos, Stephen Hadley, consejero para la seguridad nacional, el de la inteligencia es el segundo frente, junto a las guerras. Y es el frente “del cual no se debe hablar”, aunque sea igual o más importante. Rice viajó a Europa para exigir a los socios europeos una colaboración que se resume en silencio y censura a una prensa que no aparece especialmente combativa.
La Casa Blanca puso –son datos oficiales– a disposición de la CIA y sus otros servicios secretos que accionan en todos los rincones del planeta, la suma récord de 44.000 millones de dólares. Es el 69 por ciento más que en 1998, cuando el presupuesto de los servicios era “apenas” de 26.000 millones. Frente a estos números la Guerra Fría fue un juego. Es un aluvión de dinero paralelo pero aun más productivo y eficiente que el aluvión necesario para mantener en el mundo miles de bases militares y millones de hombres. John Negroponte coordina esta marea de actividades ilegales. Antes fue el gestor de la guerra sucia en Centroamérica y luego virrey en Bagdad en la primera fase de la ocupación militar, como informó The Washington Post en octubre, Negroponte acaba de crear un nuevo “servicio clandestino”; el número de agentes secretos de la superpotencia está destinado a crecer otro 50 por ciento. El papel de Rice en estos días -entre alusiones y amenazas– consiste en forzar a aliados y enemigos a ir más allá de la lógica del sistema de garantías y derechos humanos que, con dificultades, la humanidad intentó construir en siglos de civilización.
IPSE DIXIT. “Estados Unidos jamás practicó ni toleró la tortura”, declaró descaradamente Rice. La táctica es la de siempre: admitir y justificar lo que está absolutamente asentado –los traslados– y negar lo otro: las cárceles, la tortura, la desaparición de personas. El martes se entrevistó en Berlín con la nueva canciller Angela Merkel. El encuentro entre las dos mujeres más poderosas del planeta ha sido tan decepcionante como un encuentro entre hombres. Merkel, preocupada por hacerse perdonar por la Casa Blanca el pecado original de que Alemania no participara de la agresión contra Irak, guardó silencio sobre los cientos de vuelos ilegales que han violado la soberanía alemana, y ha hecho declaraciones genéricas contra la tortura.
El escándalo del sistema de secuestros de personas y traslados secretos ha sido controlado durante meses, en la medida de lo posible, por los gobiernos europeos y la prensa del continente que prefería no abrir otro frente y no quiso admitir lo inadmisible. Es significativo que nadie, ni desde la izquierda ni desde la derecha, perciba como grave la violación de la soberanía de algunas de las mayores potencias mundiales. Sin embargo, los ruidos han ido creciendo, con toma de posiciones antipáticas de parte de fieles aliados de Estados Unidos. A pesar de ser amigos de éstos, a muchos les cuesta imponer a la opinión pública de su país la aceptación del atropello del Estado de derecho. Ése fue, por ejemplo, el caso del ministro de Asuntos Exteriores británico, Jack Straw, que se ha declarado muy preocupado, o del vicepresidente de la Comisión Europea, el italiano Franco Frattini. Éste, perteneciente al partido de Silvio Berlusconi, tuvo que admitir que si fueran encontradas evidencias de la existencia de cárceles secretas en el territorio de la Unión, estaríamos frente a una violación grave del tratado europeo, lo que comportaría la apertura de un proceso sancionatorio. Otros han preferido negar la evidencia, como el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, que así lo hizo la semana pasada en una cumbre con el primer ministro italiano. Éste también negó sin pudor que Italia estuviera involucrada, cuando la justicia italiana pide la captura y extradición de 22 agentes de la CIA –encabezados por Bob Lady, ex cónsul en Milán– por el secuestro del ciudadano egipcio Abu Omar.
El discurso de Rice parece muy ponderado en los términos, pero determinado a marcar el repudio estadounidense por la evidente hipocresía europea: “El trabajo de nuestros servicios secretos ha salvado vidas europeas”, ha dicho Rice, sin entrar en detalles. Algún semiólogo hará notar que la expresión “salvar vidas americanas”, común en el discurso politológico estadounidense a lo largo del siglo XX, traducido al europeo devela toda su coloración racista. Pero es exactamente el énfasis que Rice pretende dar a la búsqueda de la reconstrucción de un “nosotros” occidental frente a un “ellos”, los bárbaros que pueden ser bombardeados con fósforo blanco o secuestrados y torturados, según “nuestra” conveniencia. Y “nosotros”, según Rice, no dejaremos de utilizar todas las armas posibles. En este contexto la polémica se hace terminológica. Rice reconoce los traslados sin admitir directamente los secuestros. La CIA, en la fantasiosa reconstrucción estadounidense, ofrecería una especie de servicio de aerotaxi, con el cual sospechosos son trasladados a terceros países saltando la inútil burocracia europea en materia de extradiciones. Si luego en estos países (todos amigos de Estados Unidos) los secuestrados son torturados o eliminados, no sería responsabilidad de Estados Unidos.
Sin embargo los testimonios se acumulan: está el caso del ciudadano marroquí Mohammed Daki, que en Italia fue encapuchado e interrogado por estadounidenses que lo amenazaron con llevarlo a Guantánamo. Lo habría interrogado Bob Lady, el ex cónsul estadounidense en Milán, hoy prófugo en Estados Unidos por el secuestro del ciudadano egipcio Abu Omar. Éste, secuestrado en la vía pública en Milán, fue trasladado a la base estadounidense de Ramstaad, en Alemania, y de ahí a Egipto, donde Lady habría participado durante dos semanas en la tortura. Abu Omar sigue actualmente desaparecido. Igualmente significativo es el caso del ciudadano alemán Khaled Masri, quien fue secuestrado en la vía pública por agentes estadounidenses encapuchados. En los testimonios, el estilo de los secuestros es paramilitar, agresivo, espectacular y fanatizado. Un estilo hollywoodense, mafioso, que empuja a los testigos a mirar hacia otro lado. Masri fue desnudado, vendado, drogado y llevado a Afganistán, donde fue detenido durante cinco meses. Su única responsabilidad era tener un nombre parecido al de uno de los presuntos culpables de los atentados de Nueva York en el año 2001. En mayo de 2004, el embajador estadounidense en Berlín, Daniel Coat, pidió un encuentro reservado con el entonces ministro del Interior, Otto Schily, para acordar la devolución de Masri a cambio del silencio del gobierno alemán. Éste, al menos desde entonces, fue informado sobre los cientos de vuelos de secuestrados que salieron desde este país. Si el gobierno holandés y el suizo ofrecieron colaboración a cambio de informaciones, las palabras de Rice contestan que la primera colaboración es el secreto, dejar hacer, mirar para otro lado.
Según Amnistía Internacional los traslados documentados fueron al menos 800. Los secuestrados podrían ser 3.000, del destino de la gran mayoría de los cuales es imposible saber algo. Si en el campo de concentración de Guantánamo la mirada internacional logró que se revisara la situación de unos 180 secuestrados, los desventurados que caen en este nuevo circuito de horror son totalmente privados de derechos. Álvaro Gil Robles, comisario europeo para los derechos humanos, definió Camp Bondsteel, el campo de concentración en Kosovo, como otro Guantánamo. “Hay que detener a los sospechosos antes de que cometan sus crímenes”, declara continuamente Rice. Es la idea neoconservadora e imperial del Estado de derecho. Lo podría testimoniar el ciudadano brasileño Jean Charles de Menezes, asesinado en Londres con siete balas en la cabeza el 8 de julio de 2005.