Brecha – Europa y el Mediterráneo – Cara a cara

La aceptación de que el sur y este del Mediterráneo van a ser gobernados por partidos de raíz islámica, empezando con Turquía, es la clave para un acercamiento que supere el choque creado por Estados Unidos después del 11 de setiembre de 2001. Es algo vital para Europa y para el mundo norteafricano y árabe.

Gennaro Carotenuto

El pasado lunes 30 de julio, el primer ministro turco Tayyip Erdogan volvió a tocar el tema del ingreso a la Unión Europea. ?Turquía sigue adelante con sus reformas y en su camino para entrar a la Unión Europea. Ahora es Europa (véase recuadro) la que debe mantener sus compromisos con Turquía.? Es muy difícil que los mantenga. Nicolas Sarkozy debe parte de su triunfo electoral a que fue muy firme en excluir la posibilidad de que Turquía entre algún día a la ue. Angela Merkel, la canciller alemana, parece opinar lo mismo. A pesar de la esterilidad del debate sobre si Turquía es Europa o Asia, para quienes se oponen al ingreso turco, abrir esa puerta implica franquear el paso al islamismo radical. Quienes están a favor opinan todo lo contrario: sólo estabilizando a Turquía en un marco liberaldemócrata, como pretende ser la Unión Europea, es posible evitar que este país se deslice hacia el abismo del fundamentalismo.
Quizás, entonces, el primero y el que más acertó en la evaluación de Erdogan y de su movimiento político fue el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi. Éste abrió las puertas a relaciones privilegiadas con Erdogan, a quien reconoció como un par suyo: un líder de centroderecha, un moderado, un democratacristiano aunque de otra religión. No es frecuente que se pueda rescatar algo de la experiencia de gobierno de Silvio Berlusconi, pero su aporte al diferenciar en Erdogan un islamismo político democrático es valioso. Lo confirma ahora un informe del pasado mes de mayo del Stiftung Wissenschaft und Politik (swp), el mayor think tank (centro de pensamiento) alemán de política internacional. El swp afirma que ninguna estabilización, y mucho menos la democracia, es posible en Oriente Medio sin el protagonismo del islam político y de los movimientos de masas que se reconocen en el islam. Quedarían así en el pasado, como errores graves, los apoyos a las múltiples dictaduras laicas de la región. Entre éstas las kemalistas turcas, pero también otros ejemplos contundentes: Egipto (donde los Hermanos Musulmanes siguen ilegales y sin embargo son mayoría en el país) y Argelia. En este último país debe recordarse el apoyo francés y europeo al golpe del ejército para impedir que los islámicos moderados del Frente Islámico de Salvación llegaran al gobierno después de haber ganado las elecciones. Un apoyo que generó la más sangrienta guerra civil en los noventa, después de la de Ruanda y por delante de la de Yugoslavia. También habrá que considerar en el campo de los ?errores? de este tipo el apoyo de años atrás al Irak de un Saddam Hussein que todavía no había sido satanizado, o el sostén al Irán de Reza Palhavï que dejó lugar a la revolución chiita. O, si se quiere, en otra cancha, la aventura soviética en Afganistán. Todos conocidos como errores, pero porque no resultaron, no porque la política de choque contra el islam político fuera hasta ahora considerada inviable.

POLOS OPUESTOS Si Nicolás Sarkozy, el derechista presidente de Francia, es el hombre del ?no? al ingreso de Turquía en la Unión Europea (UE), también es cierto que, paralelamente, Sarko está redibujando una iniciativa política francesa y euromediterránea en la región, en la cual el papel turco resulta fundamental. Aunque todavía no están dadas las condiciones para un viaje de Sarkozy que tenga Ankara como destino, su primera gira al exterior fue para visitar dos antiguas colonias, Argelia y Túnez. La idea francesa no es novedosa. Se trata de unir una docena de países que miran al Mediterráneo en una cooperación fortalecida, que en el último cuarto de siglo dejó de ser prioritaria para la Unión Europea, que antes se expandió hacia el norte y luego hacia su este. En esa idea mediterranista, Francia estaría a la cabeza del grupo de países definidos como ?latinos? ?aunque no sean todos latinos?, junto a Italia, España, Portugal, Grecia, Malta y Chipre de un lado y los cinco norteafricanos, Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto, más Israel y Turquía del otro lado. Una idea que ya está mirando a una expansión hacia el sur y el Golfo Pérsico. Como en todas las economías poscoloniales, los países norteafricanos no comercian entre ellos pero comercian mucho con Europa, hacia donde exportan la mitad de sus mercaderías y reciben el 45 por ciento de sus importaciones. Muy distinta sin embargo es la situación con respecto a las inversiones. La idea de Sarkozy ?nada especialmente original? es retomar la iniciativa a través de un banco mediterráneo de desarrollo y fortalecer estas relaciones. Para él, un hombre de derecha, es también una manera de frenar la inmigración.

recuadro: Medio siglo de intentos. En 1952 Turquía entra en la alianza atlántica (OTAN) y desde el inicio se impone como un aliado de primera clase de los países europeos occidentales, protegiendo la frontera suroccidental del campo capitalista durante la Guerra Fría. En 1963 el camino a la integración se abre con la firma del Tratado de Ankara, un convenio de cooperación que prepara la unión aduanera y el inicio del camino de una eventual adhesión. País opositor de este proceso es la Grecia que entra en la ue en los años ochenta y que logra retrasar durante décadas el acercamiento entre Ankara y Bruselas, especialmente a causa del conflicto de Chipre que llevó a la división de esa isla en dos partes, una griega y otra turca. La unión aduanera recién se hizo realidad en 1996, y sin embargo en 1997 Turquía no fue admitida entre los nuevos postulantes junto a toda la antigua Europa socialista que en aquel año empezó las negociaciones. En 1998, cuando Francia reconoció el genocidio armenio, las posiciones se alejaron otra vez. Pero en 1999 Turquía empezó un proceso de acercamiento: entrar en Europa, además de tener motivaciones económicas, responde a necesidades geopolíticas y de estabilización democráticas.